miércoles, 23 de febrero de 2011

Boceto.

Invierno. Las hojas tiritantes, el rumor del viento golpeando la ventana.
María despierta llorando. Una pesadilla le ha congojado el sueño. Una sucesión de hechos inexplicables la han azotado. María perpleja ante ellos no ha podido hablar: una tormenta espantosa, el bosque impenetrable y un rostro.
María no puede moverse, mantiene su nariz contra la almohada. Sus dedos tensionados sostienen con furia las sábanas blancas. El rostro sigue grabado en su mente y aparece repetidamente en sus pensamientos. Un punzante dolor de cabeza se sucede. Pero, poco a poco, el sonido ronco pero dulce de su respiración la tranquiliza y las imágenes se cristalizan con el blancuzco de la almohada. María, lentamente, recupera el control de su cuerpo y de sus manos de piedra. Se levanta y se acerca a la ventana. Con sus dedos limpia el vidrio empañado y contempla su jardín rociado por la brisa de la mañana. María se tranquiliza, ya ha pasado el sueño.

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