jueves, 18 de julio de 2013

INT. LIVING DE AMANDA. DIA

Los dedos de Amanda, fríos como la helada del césped, corren lentamente la cortina del living, espacio reducido pero de buena organización que goza de la gratitud lumínica del día. Acompañados del albor inminente, estos dedos blancos e hinchados  abandonan el flameo infantil del paño y buscan temerosos el aliento tibio de la boca de Amanda. Su respiración es turbia e inflamada pero se presta bondadosa para quienes la desean. 
Amanda cierra los ojos, toma fuerzas y mira con dureza la claridad de la mañana. “Otra vez la vida”. Palabras, que como tantas más, recorren el pequeño mundo interior de la mujer que permanece estática y presagiosa ante la ventana. 
“Si el frágil movimiento de su melena contra el vidrio crujiera tanto con el recuerdo, no dolería el cielo como lo hace.” Múltiples voces componen una oda maravillosa para su actividad cerebral. Certeras y empedernidas, apuntan con sus dagas al suave corazón de Amanda. El silencio del ambiente se estigmatiza en estos dedos hinchados que buscan toscos un reparo del sol. Pero en el día no hay escapatoria posible, la indecencia de la luz es más fuerte. Todo se ve, todo se piensa, no hay amparo ni protección de esta tonta mañana que llega para emborracharla de hartazgo, de mediocridad y fiereza. Pero Amanda, sabia para su corta edad, sabe la verdadera intención del cielo: acercarla a la ventana, que camine embebida por el espacio minúsculo del living y se pregunte “¿Por qué otra vez la vida?”.
En el exterior, mujeres pasean por el puerto con sus bonitos vestidos y hombres, fuertes y viriles, desmontan redes de sus camionetas. Una radio a medio sintonizar pasa una canción dulce y melancólica, y con sus dulces y melancólicos acordes los hombres fuertes caminan erguidos hacía el mar, luchando con sus redes que como hiedras salvajes recubren sus animosos cuerpos. Por su parte, una tropa de barcos marineros escoltan a otros tantos hombres que preparan sus herramientas para comenzar lo que será otra ardua jornada en el mar.
Amanda, desanimada y a medio vestir, vuelve hacia la ventana para contemplar por última vez el brebaje malicioso del cielo. Vuelve su melena negra hacia el cristal y mira absorta al exterior, a la vitalidad humana que por momentos la conmueve.
Entre el tumulto de gente, Amanda repara en un bello hombre de robustos hombros que camina determinado hacia el muelle. El hombre de bellos rasgos, duros y holgados en su entereza, habla con otro y ríe. Amanda recibe con gracia tan sobria sonrisa, de manera pulcra y ordenada, estos labios en perfecta armonía dejan entrever una verdadera maravilla. Límpidos ojos, certeros labios, Amanda pretende mirar al resto pero tan sobria sonrisa la deja inerte, entregada en su totalidad a la deidad que se antepone ante ella de manera trágica.
El hombre esbelto vuelve hacía la camioneta y toma lugar en el asiento delantero. Con sutileza acompaña la melodía musical de la radio con su robusto cuerpo y, entre otras cosas, mira hacía el interior del living de Amanda quien avergonzada por su actividad voyeurística se esconde tras la pobre sombra que esconde la cortina.
Más fuerte que la marea, su corazón emerge de la pasividad de la mañana, despierta como un cañón y sin ataduras golpea feroz su pecho. ¿Será esta ínfima mirada un presagio de vida? ¿Podrá la sonrisa sobria de este buen hombre amordazar sus oscuros pensamiento? ¿Será la eternidad, la bajeza del día, por fin generosa con Amanda? Sí, tal vez sea este un hermoso regalo que Amanda complacida no duda en recibir. Su cuerpo ahora vital y rejuvenecido, se dispone nuevamente frente al cristal que sin desvaríos la seduce con los ojos negros del hombre fuerte que aún la mira desde la camioneta. Amanda, indefensa, resuelve mantener firme la mirada, compenetrar su energía en ese vínculo poderoso que genera con el extraño.
Probablemente, pasaran algunos segundos antes de que el hombre volteara su cabeza hacia el mar pero este lapso basto para que Amanda aniquile de un hachazo su oda mental para así suplantarla por una solemnidad poderosa. Su espíritu palpita, las palabras callan, no hay espacio ni certezas ni de la vida ni de la muerte. Este amor tan genuino y poderoso, la pasión inexplorada, la explosión exasperada y el aroma a gladiolos inundó su pequeño living que organizadamente la sitúa a ella frente a la mañana, esperando otro presagio, otra revelación luminosa en su vida. 

sábado, 13 de julio de 2013

Mar apretado


Un viento manso azota la ventana
mientras obnubilada mira los restos de la marea.
Fuerza peregrina a la que se alza en la niebla:
ella mira por la ventana porque tiene los ojos abiertos.
Niebla, canela y sabor a sal.
Una mano en la falda, un apretón de muslos.
Ella mira por la ventana porque recuerda.
Si el frágil movimiento de su melena contra el vidrio
crujiera tanto con el recuerdo,
no dolería el cielo como lo hace.
Un apretón de muslos.
Diez pasos por el puerto.
Ella mira por la ventana porque piensa
que allí, el sol no ha muerto.

jueves, 14 de marzo de 2013

Dormir hasta el sueño

Dormir hasta el sueño,
quiero dormir bajo el sol.
Siempre deseoso bajo el prisma:
sueño, poco a poco, levántame del día.
Enciéndeme en tu fulgor, 
arreméteme en tu demencia.
Ven, sueño, levántame de la noche.
Frío oscuro, del cuerpo y del alma.
Cúbreme, corazón, de lo que queda en el ocaso
porque furiosa me levantaré ante él,
porque lleno de odio me embestirá.

martes, 5 de marzo de 2013

Helada

Buenos días Aurora,
la blanca nieve no ha despertado aún.
En mis manos, la escarcha sigue temblando
porque no dejo de mirarte.
Neurótica, fuera de mi,
tus ojos abismo me han perturbado.
Un silencio hondo, semejante a tus brazos,
una fricción en el cuerpo que no se detiene.

-No, Aurora, en las mañanas es cuando más sufro.-


miércoles, 13 de febrero de 2013

Sí, puedo verte amor

Sí, puedo verte amor,
en la claridad del día
como horrenda penumbra
trémulo toque
que agoniza en la arena.

Puedo abrazarte, amor,
en la noche oscura
infinito remanente
que en mis brazos clava
su cuchillo de hiedras.

Sí, puedo amarte amor,
en la helada del césped
que ferviente ruge en mi vientre.
Años atrás, la suavidad de tus manos lo cubría todo,
ahora sólo un sonido
y el gusto a labios secos.